El Hombre de la Flor en la Boca

Dos personajes en encuentro clave
Un turista que ha perdido el tren y un hombre del lugar
conversan sobre temas triviales. Hablan por hablar,
como para evadir el silencio y el tedio.
Hablan y no pasa nada. O eso parece, porque han
pasado el tren, las palabras (que al fin y al cabo nunca
son triviales), la vida misma.
Parece que nada ocurre más allá de la conversación.
Que los dos personajes son meros observadores a la
espera de algún acontecimiento. Parece, en efecto, que
están esperando un acontecimiento y la aparición de los
principales actores.
Pero el acontecimiento ya ha empezado y ellos son los
únicos protagonistas.
¿Y qué será entonces “la flor en la boca”? ¿Tendrá un
solo pétalo como las calas o tendrá muchos como las
margaritas?
¿Será una flor propiamente dicha o será una metáfora?
¿Podrá ser ambas cosas a la vez?
Con el diálogo vertiginoso del final, cuando ya esté
claro que el acontecimiento ha ocurrido y que las
palabras no son triviales, pueden confundirse el plano
de la realidad y el plano de la ficción.
Esa posible perplejidad (la confusión de lo “real” y lo
“ficticio”) será menor si se la compara con otras
perplejidades de esta obra.
Después de todo, la vida es eso que pasa mientras
parece que no pasa nada.

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