No hay que llorar

NO HAY QUE LLORAR es un grotesco de características tan inquietantes como reconocibles en nuestros propios gestos.

Escrita en un perfecto lenguaje porteño y estrenada en 1979, sus valores permanecen vivos y tienen la trascendencia suficiente como para no permitir que 27 años después caigan en el olvido.

Una negra y humorística visión del autor que plantea la influencia del dinero en las relaciones afectivas y en donde conviven lo cómico y lo trágico.

Según Roberto Cossa:
“Más que de seres frustrados, No hay que llorar trata de gente que es víctima de un individualismo exaltado.
De esa pobre gente que vive destrozada por lo que pudo haber sido si hubiese tenido una mejor situación económica, destrozada por una sociedad que la empuja al empobrecimiento. Es entonces cuando aparecen las pequeñas pasiones, las pequeñas miserias. Aparece el hombre llevado a sus necesidades primarias, con grandes fantasías puestas en los logros económicos. Y las soluciones tienen que venir de afuera, mágicamente, como en la lotería”.
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