La hora oficial

Una morgue, el sentimiento del protagonista (un médico forense), la soledad, el encierro y el aislamiento; su lucha contra un mundo que no le deja otra salida que aceptar la mentira como orden universal. Los personajes: el funcionario, el uniformado, el hombre de Dios, el hombre de prensa, la testigo y el muerto, se agitan en la mente y el alma del protagonista, mientras un reloj de pared marca la hora en tiempo real como estigma del paso efímero, de nosotros, humanos, por el mundo. El mismo reloj que marca la palabra oficial, la historia oficial, la hora oficial. Los personajes carecen de nombres porque podrían pertenecer a cualquier cultura, tiempo y país. El doctor, en su bien intencionada ingenuidad, aspira a salir ileso de las trampas del sistema gracias a su corrección y tragicómico perfeccionismo. En el intento, el funcionario lo perturbará con su fría elegancia no exenta de estudiada ironía. Desde un escalafón inferior surgirán, en cómplice trato, el uniformado, escudado detrás de su vestimenta y haciendo uso de los restos de autoridad que el sistema le ha concedido, y la testigo, escudada detrás del velo de la tristeza y el glamour. No sólo ellos tres sino también el hombre de Dios y el hombre de Prensa, se encargarán de interrumpir una y otra vez la labor que el médico cumple cotidianamente con profesionalismo. Fanático, poseído por la pasión religiosa, así se muestra el hombre de Dios no sin dejar entrever que hay creencias más seductoras que la sola fe en Dios. El hombre de Prensa, por su parte, es una pieza más del mecanismo editorial, y como tal, carece de otros móviles que los económicos y políticos que determinan a sus superiores. Cinco personajes en busca de un objetivo y un sexto que se despliega como fuerza oponente. El objetivo último... queda reservado para los espectadores de La hora oficial. La fábula es sencilla en apariencia. Detrás se esconde un enorme espectro de temáticas y reflexiones universales: el lugar del hombre en el mundo, en su tiempo histórico, el vínculo con sus congéneres y la relación con el sistema; la configuración del mundo divino, la engañosa apariencia de las cosas y el conflicto entre ser y parecer; la difícil tarea de determinar la identidad de los sujetos y las fuerzas contrarias a tal adjudicación, y, no podía estar ausente, la muerte..., la muerte. Sin embargo, para poner en marcha este cúmulo de inquietudes se ha evitado toda didáctica autoritaria. La puesta en escena tiene por directriz sugerir más que mostrar, esbozar más que dibujar. En esta estética de susurros, no quedan ausentes ni lo angustioso ni lo cómico, de manera que el teatro se hace vivo ante los ojos que quedan involucrados porque se ven compelidos a completar unos signos borrosos, capaces de estallar en miles de referencias y alusiones insospechadas. La cooperativa que pone en escena La hora oficial espera poder llegar a públicos diversos dispuestos a conceder al teatro su capacidad positivamente perturbadora: espectadores activos, participantes, conmovidos, interesados. Y no es casual que con esta pieza se inaugure un nuevo espacio cultural en este país, al que, quizás, sea precisamente la cultura quien lo sostenga y lo eleve desde la pobreza económica e intelectual. Descuento para estudiantes y jubilados: $ 5
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