El Vampiro. Relato fantástico en escena

Gracias a la manipulación de unos extraños rayos, un científico aficionado consigue darle vida a la imagen fantasmal de una estrella de cine que lo obsesiona.
Con la idea de tenerla siempre a su lado, consigue extraerla de la pantalla. Pero quizás, en un descuido, con su procedimiento consiga despertar algo más?

Cuenta Eloy González sobre los criterios de la puesta

Hurgando en mi biblioteca, deje una vez más que el azar y el juego, sean parte de la elección del material de trabajo que usaría en esta nueva experiencia.
Un cuento de Horacio Quiroga, llamado " El Vampiro" fue lo que llegó a mis manos para continuar con mi búsqueda. Claro que no podía dejar pasar esa pasión que él tenía por el cine. Entonces comencé a pensar una obra teatral en la cual pudieran convivir diferentes lenguajes a la vez: Literatura, Música, Cine y Radioteatro. Todos en una misma historia, con igual jerarquía, cruzando los límites de las dimensiones conocidas y aceptadas por nuestra percepción.
Es aquí, en la literatura de Quiroga donde me siento más cerca de la idea del teatro como una totalidad, como una síntesis de otras artes, como la ilusión de la vida en movimiento.
Todos tenemos un destino, que lo aceleramos o lo llevamos como marca dios, nadie puede torcer su destino, salvo que sea un alienado.

Los Rayos N1

A comienzos del siglo pasado, las radiaciones obsesionaban a los físicos, con el mismo fervor con que un siglo antes habían perseguido a los gases. Roentgen se había topado con los rayos X en 1895 y al año siguiente Becquerel había descubierto la radioactividad.
Para 1900 ya se habían identificado los rayos alfa, beta y gamma. Fue entonces cuando el francés René Prosper Blondlot (1849-1930) creyó encontrar un nuevo tipo de radiaciones, a las que llamó "N" en homenaje a su universidad: Nancy, en la Lorena.
Estos rayos fueron observados por cuarenta científicos y estudiados por más de cien.
Entre las características de la nueva radiación estaba el poder de atravesar multitud de materiales como los metales y otros, opacos al resto del espectro. Además, eran emitidos por el Sol y por el cuerpo humano, incluso tras la muerte.
También disminuían cuando el paciente era anestesiado e incluso se llegó a afirmar que ese era el efecto principal de la anestesia: disminuir la emisión de rayos N del paciente para producir la sedación.
Pero no todo olía bien en los rayos N. La gran mayoría de físicos fuera de Francia, y algunos dentro, no habían conseguido reproducir los experimentos de Blondlot.
No podían ver los rayos N.
La respuesta que Blondlot daba a los escépticos era: "Algunas personas pueden observar a primera vista y sin dificultad el aumento de la luminosidad producida por los rayos N en una pequeña fuente de luz; para otros, estos fenómenos están fuera de su alcance visual y sólo después de cierto periodo de ejercicio logran verlo con claridad y observarlo con seguridad. La pequeñez de estos efectos, y la delicadeza de sus condiciones de observación, no deben obstaculizar el estudio de una radiación hasta ahora desconocida."
Blondlot justificaba que cuando nada de eso ocurría, siempre quedaba suponer que estábamos en presencia de los rayos N1 (N negativos) que hacían todo lo contrario.
Un norteamericano de apellido Wood era un eminente físico especialista en óptica y además, un "caza fraudes". A mediados de septiembre de 1904 Wood visitó el laboratorio de Blondlot.
Wood preparó una serie de trampas a Blondlot y a su ayudante demostrando que estos rayos no eran más que una ilusión.
Nunca más se volvió sobre el tema. Dicen que fue una suerte de ?alucinación colectiva?, o un ejemplo de algo que podría llamarse "ciencia patológica".
René-Prosper Blondlot, abandonó el trabajo de investigación, y en sus últimos años fue internado en un hospital psiquiátrico preso de una locura irremediable que lo llevo hasta la muerte.

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