Habitualmente cuando se termina de cursar una carrera queda una instancia final en la que se ponen en juego los conocimientos adquiridos en ella y se sale al mundo a demostrar lo que uno sabe.
De acuerdo con la institución de que se trate, uno va más o menos solo a esa mostración de saber o de habilidad o de ambas cosas. En el caso del IUNA, los flamantes actores van de la mano de algún docente actor o director-dramaturgo.
Desde el 2000, las residencias se fueron sucediendo unas tras otras con mayor o menor grado de inscripción en el universo teatral de Buenos Aires.
Rafael Spregelburd que escribió y dirigió El pánico, en el marco de una residencia, sostuvo alguna vez (Funámbulos, año 6, Nº 19, 2003) que en una situación como ésa se “trabaja con lo posible”. El hecho de enfrentarse a alumnos desconocidos, en condiciones no necesariamente óptimas de trabajo, había dado, sin embargo, como resultado algo realmente positivo. El autor-director afirmaba que era imprescindible “transformar ciertas rarezas en ventajas”, por ejemplo, la necesidad de adaptarse a un número determinado de futuros graduados y que todos tuvieran un protagonismo similar.
En aquella instancia, la de las residencias, surgieron obras que hoy siguen en cartel, como es el caso de Open house dirigida por Daniel Veronese.
Actualmente, el modo de graduación se modificó, y desde La balsa de la Medusa, dirigida por Emilio García Wehbi, al trabajo de la puesta en escena se le sumó su respectiva indagación de las prácticas escénicas y la investigación teórica.
La generación de una puesta deviene de múltiples circunstancias. Algunas son aleatorias, otras no tanto: ¿hasta dónde pueden los actores y el director elegirse mutuamente?, ¿cuántos alumnos-actores son?, ¿de qué género?, ¿cómo se construye un proyecto que permita el juego equilibrado en tiempo y en presencia de cada uno de los implicados?, ¿cómo se inscribe la experimentación en un ámbito institucional que lo promueva?
En este momento hay en escena tres obras que son resultado de la producción del IUNA :
Open house, dirigida por Daniel Veronese , Ajena, por Guillermo Cacace y Laura, por Mariano Pensotti. La primera, como ya se dijo, es del grupo de las residencias, las dos últimas son recientes proyectos de graduación.
Open house, (residencia de 2001), decidió permanecer más allá del público.
Sus protagonistas se proclamaron, alguna vez, “extranjeros en el territorio de los artistas”. Esta afirmación, verosímil en el momento de graduación, ya no inquieta. Han entrado en ese territorio en buena ley.
La puesta, a la que asistió años atrás quien escribe, no es la misma, pero no sólo por las pérdidas. El devenir y las funciones sumaron experiencia y precisiones.
Por otro lado, el paso del tiempo ha demostrado que Open house se caracteriza por la articulación coherente entre lo que enuncia y lo que hace. La obra, dicen, tendrá una muerte natural. Es capaz de hacerse cargo de las pérdidas, como lo hizo con el conejo y con el chico del bigote, hasta que sólo queden “las huellas de las palabras”.
La estructura de la puesta lo permite, la interacción relativamente escasa entre los personajes consiente la posibilidad de reacomodarse y establecer nuevos vínculos.
En el registro explícito de la ausencia, a través de los relatos y las fotos, la obra asume la pérdida, en lugar de eludirla, la convierte en elemento constitutivo de sí; los relatos de pérdidas son múltiples. Los personajes hablan casi todo el tiempo de lo perdido y de la soledad. Y lo ponen en escena. Hay, además, fragmentos de historias perdidos, y otros reconstruidos por los enunciadores que resisten. También éstos postulan una concepción del tiempo: el que transcurre y desgasta las palabras, las presencias y los cuerpos. La obra que suma ausencias, se hace más pequeña, se gasta, se reduce imperceptible e inevitablemente en duración.
Ellos dicen: “Sabemos que Open house es una obra que no dejaremos de hacer nunca. No depende del público. Si el público no viene, la haremos igual. Nosotros sabemos y podemos soportar las pérdidas y el abandono". ¿Llegará ese momento? ¿Quién sabe? Por ahora, el público, que oscila entre el repetido y el que se renueva, encuentra entre sus filas a quienes consideran que el conejo y el chico del bigote son parte de la ficción, relatos en el mismo nivel que los otros relatos. Consecuencias impredecibles de una puesta que hoy devino profundamente atípica, por poner en cuestión los presupuestos de lo teatral.
En relación con las obras originadas en el nuevo marco de los proyectos de graduación, habrá que decir que la práctica escénica se desarrolla en una dinámica de tentativas, de pruebas, en síntesis, de búsqueda formal. Si se promueve la reflexión y la investigación del alumno en relación con su producción y con la de sus pares, se espera una mirada novedosa en el campo de lo teatral. No se investiga para comprobar lo que ya se sabe, por lo tanto, lo experimental busca su lugar en estos proyectos.
Ajena se propone como una experiencia en más de un aspecto.
Por un lado, se interroga sobre cómo se cuenta una tragedia del orden de lo real eludiendo sus gestos, sus actitudes, sus desplazamientos. Escinde lo que se cuenta del modo de contarlo. Enfrenta, de manera irreconciliable, lo dicho al modo de decirlo. Si lo verbal remite al anegamiento, al agua que destruye, lo visual se presenta como profundamente bello.
Por el otro lado, decide construir dramaturgia a partir de lo periodístico: hablar del dolor de los otros con una sonrisa en la cara, hacer escuchar el sonido del agua placentera de los natatorios, mientras se relata el drama del agua que inunda y arrasa con una ciudad.
El punto de partida tiende a oponer dos direcciones: la potencialidad del agua en tanto vital y en tanto destructiva.
Ajena se construye como el lugar de las paradojas y del quiebre de las expectativas. De la superficie impresa y verbal, transposición mediante, a los cuerpos coreográficos de rosadas mallas que se desplazan en un aire que resiste. De los relatos semánticamente conmovedores, a los gestos mecánicamente congelados.
Una búsqueda de lo teatral por caminos no teatrales.
Laura, por su parte, pone en escena ciertos interrogantes en relación con lo teatral.
Frente a nueve mujeres y un hombre, las restricciones se volvieron altamente productivas. Las actrices (que hacen de actrices) hablan de lo que son y de lo que quieren ser. Podría considerarse la puesta como un proyecto metateatral, es decir, una puesta en escena que habla de las puestas en escena, pero no de un modo tradicional, sino creando un novedoso pretexto (no construyen un teatro en el teatro) en el que la actuación tiene lugar.
No sólo las actrices se asumen como tales, sino que la multiplicación por nueve en los vestidos y las pelucas, manifiesta de manera evidente el modo de construir personaje, desmonta el mecanismo, lo explicita de forma insistente. Tal vez, paródica.
El actor no hace de actor. Ocupa un rol de director, pero fuera del campo de lo teatral. Aprueba o censura, permite avanzar o detiene, compara una actuación con otra, pide lo que quiere que hagan. Él mismo actúa para mostrar cuál es la idea que tiene de lo que desea ver.
Nada está ausente: ponerse ante la mirada del otro, observar y ser observado, cambiarse, relajarse, abandonar el papel, reflexionar sobre lo que se hace, entrar y salir de la escena...
El espectáculo presenta, a través de la paradoja de actuar en “la vida cotidiana”, mientras los personajes femeninos afirman que quieren ser actrices, una reflexión cargada de humor inteligente sobre la posición del actor.
Además, plantea el problema de construir un referente, hacer de otro que, supuestamente, existe o existió (no hay datos); lo teatral aparece como búsqueda inútil de reproducir acontecimientos vividos. Nada es como fue, no hay posibilidad concreta de volver las circunstancias atrás. Lo que queda es una decisión cuasi estética. No era “así”, sino que “así” me gusta, “así” (creo que) recuerdo que era.
Finalmente llega la rebelión frente al pedido de volver a empezar, el cansancio de repetir. Laura es una mirada para reflexionar sobre cuestiones teatrales, desde un lugar original y festivo.
Para cerrar, una lista de las producciones del Instituto Universitario de Arte, no mencionadas hasta ahora, con título, año y su respectivo director: Gore (2000) Javier Daulte, El último vals (2000) Claudio Oscar Hochman, El chancho burgués (2001) Claudio Gallardou, Amontonados en la puerta de salida (2001) Andrea Ojeda- Martín Ortiz, Saladar (2001) Diego Kogan, El vuelo del Dragón (2002) Javier Daulte, P.4.R. (2002) Antonio Célico, Máquinas (infernales) (2002) Pompeyo Audivert, El desconcierto (2003) Guillermo Angelelli, Excursión (2003) Luis Cano-Alejandro Tantanian, Mil cuentos para una noche (2003) Salazar- Torre, La sabiduría del imbécil (2003) Ojeda. |