El teatro y la comida son dos rituales que históricamente han ido juntos. Solamente los “buenos modales” burgueses pudieron separarlos.

“-¿Che, a dónde vamos hoy a la noche?
- Podemos ir a ver una obra y después comemos algo por ahí”.

Versiones más o menos parecidas a la de este diálogo, todos los amantes del teatro (y los no tanto también) hemos tenido alguna vez en la vida. Pero, curiosamente, estas dos actividades (comer y “teatrar”) no siempre estuvieron separadas.
Ya comentamos en otras notas que somos de la idea de que Aristóteles, en materia de teatro, no la tenía tan clara como nos han hecho creer. Y por lo tanto, pertenecemos al bando de los que piensan que las primeras representaciones occidentales son las de los poetas orales, aquellos aedos que cantaban las gestas heroicas de Ulises, Aquiles, Agamenón, Ayax y dioses varios. Es decir, que los primeros performers fueron narradores orales.
Y seguro que se estarán preguntando dónde es que actuaban. Pues ni más ni menos que en banquetes y simposios (lejos de ser reuniones académicas sesudas, los simposios eran, originariamente, fiestas para beber? ¡Ojo que no es chiste!). Parafraseando a Hugo Bauzá, podemos decir que el canto duraba lo que duraba la fiesta y viceversa.
El teatro griego hizo extensiva esta gran tradición de picnic teatral; y si no lo creen, hagamos cuentas: los concursos teatrales tenían lugar durante las fiestas dionisíacas urbanas (y a veces también las Leneas). La gente iba en procesión hasta el templo de Dioniso –es decir, el teatro- y allí congregada asistía a la representación de las tetralogías (porque los dramaturgos ponían en escena una trilogía y un drama de sátiros). Tomemos una sola tragedia. Por ejemplo Antígona, de Sófocles. Si pensamos hacer una puesta del texto completo, siendo cautelosos tenemos que calcularle por lo menos 3 horas. Ahora, si multiplicamos eso por 3 y ½ (los dramas de sátiros eran breves) veremos que nos da? bastante. No hay mucho margen de error si suponemos que esta gente se llevaba algo para picotear y beber durante el día ¿Quién no lo haría en su lugar?
La historia se repite durante el Imperio Romano, durante la era cristiana (de hecho, las puestas se hacían en el mercado), durante los siglos de oro de Inglaterra, España, Francia e Italia (¿a que no saben cuánto duran El castigo sin venganza o King Lear si hacemos las versiones sin cortes?), pero se detiene cuando nos acercamos al siglo XVIII. Cuando la burguesía se apropia del teatro, la moral y las buenas costumbres separan las aguas: donde se come?
Roland Barthes dice que no hay fiestas sin fotografías. Yo lo cambiaría por el aforismo de “no hay fiesta sin comida y bebida”. Cuando a mediados del siglo XX se quiso recuperar al teatro como fiesta, varias iban a ser las propuestas gastronómicas que se sumarían.
Pensemos en algunos casos que hayamos vivido cercanamente.
Cuando vino al FIBA del 2007 el Théâtre du Soleil que, bajo la dirección de Ariane Mnouchkine trajo Les Éphéméres, a todos nos corrió un frío por la espalda al enterarnos de que el espectáculo duraba 6 y ½ horas. Aunque luego nos dimos cuenta de que los temores eran infundados. Para no extendernos, recordemos simplemente un aspecto fundamental de la obra: paulatinamente, dentro de las escenas, comenzaban a fluir los momentos que incluían comida. Además, durante el intervalo y fuera de la sala, nos esperaba el enorme comedor trabajado por el propio elenco, en donde los actores nos ofrecían comida preparada por ellos, provenientes de sus respectivos lugares de origen.
Pero ya habíamos tenido experiencias similares made in Argentina. ¡Cómo olvidar aquellos entrañables Martes Eróticos, donde Ingrid Pelicori y Horacio Peña, con puesta en escena de Rubén Szuchmacher, nos seducían con poemas y fragmentos de cuentos y novelas, mientras nuestro paladar se deleitaba con los vinos de La Bodeguita o el menú de Babilonia! Excelente trabajo de este dúo actoral que, desde hace más de 20 años, cuando encara un proyecto conjunto, siempre da satisfacciones.
Y qué decir del estreno de Cocinando con Elisa, a cargo de Villanueva Cosse y con el protagónico de la gran Norma Pons, que llevó casi al extremo del naturalismo el tema de la obra (el literal, no el metafórico que refería a la dictadura ´76-´83). Con escenografía a cargo de Tito Egurza, se optó por lo icónico: de la cocina propiamente dicha salía fuego, se podía cocinar y se cocinaba. De la canilla salía agua. Pero lo más impresionante –en su doble acepción- eran los animales muertos que colgaban de ganchos: aves y liebres o la cabeza de jabalí. Lo mismo para los cangrejos que Elisa tenía que cocinar? vivos.
Un paso más hacia vaya a saber uno dónde, Rodrigo García puso en la escena española Accidents (matar para comer). Se trataba de un performance, en la que el director argentino-español mezclaba naturalidad y artificio, crueldad y refinamiento, con la idea de que en esta época contemporánea y consumista el hombre ya no mata para comer. ¿En qué consiste la obra? Se trata de una acción que comienza con un hombre frente a una langosta viva, para luego matarla y cocinarla. Y todo frente a nuestros ojos (no apto para impresionables). Por algo su compañía se llama La Carnicería Teatro.
Pero volvamos a tierras criollas y a casos más amables, como la hermosa propuesta de A ciegas con luz del Teatro Ciego. Aquí nos centramos en un principio humano básico: cuando se anula un sentido, se potencian los otros cuatro. En la oscuridad total, la obra apuesta a agudizar el oído (a través de la música) el tacto, el olfato y el gusto (a través de la comida). Teatro y cena, todo en uno. Para quien nunca vivió las experiencias del Teatro Ciego, asistir será una verdadera revolución copernicana.
Continuando la fiesta, no podemos dejar de nombrar El casamiento de Anita y Mirko, del Circuito Cultural Barracas, que es ni más ni menos que una fiesta de casamiento. Los espectadores somos invitados por el lado del novio (ruso) o de la novia (italiana). Se nos convida de comer y de beber, bailamos, degustamos torta, las chicas tiramos de las cinta y sacamos liga o ligamos ramo y, hasta, si algún romántico quiere, puede casarse ahí mismo.
Un ejemplo más.
El año pasado Gabriela Toscano estrenó Hamlet, la metamorfosis, bajo la dirección de Carlos Rivas. En una versión de cámara, the question no es solamente to be or not to be. Ahora también es café o vino, porque Arriba de Rivas tiene formato de café concert y, por lo tanto, podemos compartir las disquisiciones filosóficas con una medida de whisky en la mano.
Increíblemente, podríamos seguir en forma indefinida? pero no quedaría ni un lector. Es evidente que la comida volvió al teatro y con ella volvió la fiesta y el ritual.
Richard Schechner llama a esto “teatro rásico” y lo define como un tipo de teatro que tiene como objetivo el placer, que “valora la experiencia más que el distanciamiento, el saborear más que el juzgar. Es un teatro en el que la unidad primaria es el compartir entre actores y participantes”. Un teatro que piensa con el cerebro de las vísceras es, en definitiva, una vuelta al banquete.
Pero creo que nada de lo que comentamos se compara con la aguda y comiquísima visión que José González Castillo hace sobre el tema.
Buen apetito. 

El Tesoro de la Lengua Castellana, de Sebastián de Covarruvias, 1616, define el ‘sainete’ como ‘cosa de cocina sazonada’, es decir, plato más completo que el ‘entremés’, condimentado y caliente.
Es curioso observar cómo, en el espectáculo de habla española, las cosas de teatro adoptan términos culinarios. Así, los payasos llaman a sus intervenciones habladas en los circos, ‘entradas’, como en el menú; las obras rehechas en el teatro se apodan ‘refritos’; los agregados, ‘morcillas’; las comedias cursis, ‘merengues’; las piezas malas, ‘bodrios’, que es un potaje mal condimentado que se da a los pobres en los conventos. Hasta en términos técnicos, se llama ‘cazuela’ a una parte del teatro y ‘parrilla’ al telar donde se cuelgan los decorados.
Y por si esto fuera poco, existe la costumbre milenaria de castigar a las malas comedias y a los malos cómicos, arrojándoles a escena, papas, zanahorias y repollos, como a un puchero pobre”.

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